¡Hola, hola! Hoy vengo con algo nuevo en el blog. Y es que gracias a la iniciativa que creé junto con Talía de Vidas Impresas, he podido colaborar con Rodrigo para crear este relato. La temática del mes en la iniciativa, y sobre la que debía decir algo nuestra entrada conjunta, es el verano, y aunque es algo muy secundario en nuestra historia, está ahí presente. Y sin más dilación, os dejo por aquí mi parte del relato.
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Los rayos del sol penetran por la ventana de mi habitación. Ayer por la noche me olvidé de bajar la persiana. Odio el verano. Más horas de luz, el termostato que se vuelve loco… Y la muerte de mi madre.
Hoy hace siete años que pasó y sigo teniendo en la retina cada segundo de esa noche. Aquel día, después de todo lo que hizo, mi padre escapó de casa, como el gran cobarde que es. Pero poco después lo cogieron, y, tras un largo juicio, lo metieron en la cárcel. Su condena no se acerca ni de lejos a la que yo le daría a un asesino, de hecho, sale hoy mismo, y no me veo capaz de verle a la cara.
Sé que con su salida mi vida se complicará, y no solo la mía. Bill me trató como si fuese su propia hija después de todo lo sucedido. Consiguió mi custodia y estoy viviendo con él desde entonces. Se preocupa por mí más de lo que Robert lo hizo en toda su vida, y por eso le estaré eternamente agradecida.
Bajo las escaleras y me encuentro a mi tío en la cocina con un periódico en la mano y el café de cada mañana en la otra. Me acerco a él y le doy un beso en la mejilla.
- Hola - me sonríe -, ¿qué tal has dormido?
- ¿Quieres la verdad?
- Sí.
- He vuelto a soñar con la muerte de mamá.
- Emma… - intenta continuar pero lo interrumpo.
- Sí, lo sé. Puedo hablar contigo siempre que quiera y todo ese rollo. Pero creo que simplemente se debe a que hoy sale Robert de la cárcel.
- Respecto a eso…
- No quiero hablar ahora de eso. Me voy a dar un paseo por la playa. Nos vemos luego.
No dejo que me diga nada. Cojo las chancletas del zapatero y una toalla del armario de la entrada. Salgo por el porche trasero y respiro hondo. Lo único bueno del verano: la playa. Y el hecho de que esté a dos pasos de la casa de Bill es un puntazo.
Bajo las escaleras del porche y nada más pisar la arena siento que mi cuerpo se relaja. Camino por la orilla, dejando que la espuma de las olas me roce los tobillos. Es una sensación única. Cuando me voy a quitar la ropa para meterme en el mar, oigo que mi tío grita desde el porche.
¿Quién será? Muy a mi pesar camino hasta las escaleras del porche, donde me seco los pies con la toalla, pues sé que a Bill le pone enfermo que moje el parquet. Cuando entro en la casa, me estremezco. Hay dos policías en el salón hablando con mi tío, que se callan cuando me ven entrar.
- Siéntese, por favor.
Hago caso a lo que me dice la mujer, y me siento al lado de mi tío en el sofá. Él me coje la mano, y cuando me giro para verle, me aparta la cara. Intento preguntarle qué le pasa, pero la policía empieza a hablar.
- Como ya sabrá, su padre va a salir de la cárcel en pocas horas. Se le va a poner vigilancia veinticuatro horas para que usted no corra peligro alguno, pero le pedimos que extreme su cuidado.
Trago saliva y contesto.
- Nos gustaría que al menos en los próximos días no saliese de casa, por seguridad.
- Vale.
Los policias se marchan. Bill intenta hablar conmigo, pero de lo único que tengo ganas es de meterme en mi habitació y llorar a oscuras. Y eso es lo que hago.
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Llevo aquí más de una semana, y esta casa empieza a agobiarme. Mi tío ha salido a hacer unos recados. Antes de salir, me ha pedido que me quede en casa, que no salga bajo ninguna circunstancia. Sé que no debería salir, pero… ¿qué daño me va a hacer salir al porche a tomar el sol?
Al cabo de unas horas, escucho la puerta principal y corro al interior de la casa, para que Bill no me pille fuera, pero cuando entro, se me hiela la sangre.
- Hola, hija.
Y hasta aquí el relato. Esperamos que os haya gustado. Si es así dejádmelo en comentarios, y decidme si os gustaría que os enseñase más de mis escritos. Un beso, y ¡nos leemos!